martes, 23 de septiembre de 2008

Sobre el amor

Quiero iniciar parafraseando a Juan José Arreola, quien dice en uno de sus textos: “Dos puntos que se atraen, no tienen por qué elegir forzosamente la recta. Claro que es el procedimiento más corto. Pero hay quienes prefieren el infinito”. Definitivamente prefiero el infinito; perderse en un laberinto de infinidades, con minotauros sedientos, con alas de cera, con pasadizos secretos, con puertas que llevan a los rincones más oscuros de la mente, con ventanas que abren hacia una sonrisa parecida al viento. Perderse en un país de maravillas o visitar el mundo que habita en la segunda estrella antes del amanecer.
Encontrarse con el otro no es tarea difícil; lo complicado del asunto es saber reconocerse en el otro y reconocerse a sí mismo. Una vez rota la barrera del tiempo y el espacio, cuando una hora, un segundo y mil años son lo mismo, se da vía libre al extrañamiento. A ese maravilloso fenómeno que es hijo de la inocencia; mientras deslizas tu dedo por el vientre de tu amante que es mucho más que un cuerpo; mientras pruebas con tus labios toda esa furia de beso que desencaja el alma, que desdobla la mirada hacia la eclosión del sexo, de todo lo que es Uno y es Nada al mismo tiempo.
Si me preguntan ¿qué es el amor? Responderé que es un vicio, una adicción, una droga que una vez entra a tus venas destruye cualquier indicio de corporalidad. No es una droga cualquiera; tiene todas las características de una sustancia psicoactiva, con una única y determinante diferencia, sólo se necesita una dosis. Te destruye lentamente mientras va creándote de nuevo, en una muerte lenta que se parece al cambio del día en la noche, o de la noche en el día; ese instante infinito en que los ojos se posan sobre el horizonte y ven más allá de lo que jamás ha visto un hombre, de lo que jamás verá un dios; ese delicado lienzo que va revelándose ante la vista de los amantes como una epifanía, como si, desde lo alto y desde lo más profundo, la mano de un pintor universal ofreciera esa visión de la belleza, primaria, eterna y fugaz. Unos segundos bastan para que desaparezca; pero hay toda una vida para cerrar los ojos y hacerlo eterno. Y aún con todo lo bello que pueda llegar a ser, no creo en el amor, creo en los seres que aman.

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