miércoles, 17 de junio de 2009

¿Cómo nombrar a los hombres?

A mi me gustan los penes; para usar un eufemismo. Y no es porque sea muy sexual como las gallinas de gomezjattin, sino porque prefiero usar la palabra pene en vez de la palabra hombre: para no caer en confusiones. Según la realísima academia de la lengua española, de quien espero el perdón por no usar la mayúscula en los nombres, la palabra hombre guarda en su interior una doble existencia antónima, físicamente hablando. El hombre, dice la nombrada academia, es un ser animado racional, varón o mujer.
Si digo que me gustan los hombres podrían decir, entonces, los que disfrutan de la taxonomía sexual, cosa que detesto, que soy un ¿hombre? bisexual. Lo cierto es que con las vaginas soy torpe; prefiero no pensarlo. Y no es que pretenda retornar a la guerra de los sexos ni a cualquiera de esas absurdidades separatistas, todo lo contrario; la organización sexual me parece fastidiosa; no me gustan los gays ni las lesbianas ni los heterosexuales ni los maricas ni los indefinidos ni los flexibles ni los curiosos ni los travestis ni los transexuales ni los intersexuales: me gustan los seres humanos y en particular los penes.
¿Soy un hombre, ergo soy varón y mujer? “Ay hombre, no seas tan drástico, si hay otra definición que dice que el hombre es varón solamente: ser humano del sexo masculino”. Y sin embargo no se me hace suficiente, pues si algo nos ha enseñado el lenguaje es que lo masculino es el conjunto de penes y vaginas reunidas en un concepto “urgente” y no extensivo de comunicación inmediata. No, no digo que esté mal economizar. Lo que quiero decir es: cada que nombramos algo lo hacemos desde lo masculino, asumiendo que lo masculino habla por los seres humanos en general, dejando de lado lo femenino como particularidad. Negamos lo-masculino-y-lo-femenino en un gesto ahorrador de palabras. “Bienvenidos”, “¿y nosotras?” cuestiona la mujer precavida, “pero me entendió”, le responde el orador y prosigue.
Aún me sorprendo cuando un grupo de mujeres dice: “nosotros tal cosa, nosotros tal otra”. He escuchado a muchas hablar de tal forma. No es que nieguen su aparato corporal, ni su condición de mujeres: son víctimas del lenguaje. Aquél que nuestros padres y nuestras madres, porque también ellas, nos enseñaron de manera desprevenida, porque el “nosotros” nos incluye a todos. Seres humanos que biológicamente se dividen en hombres y mujeres: eso somos. Digo que biológicamente porque en los demás ámbitos somos la misma cosa. Y no es que pretenda ahora, ya que me disgusta la distribución taxonómica, eliminar las palabras hombre y mujer, no. Propongo que se usen sólo como sustantivos de lo que representan: un orden biológico. “Bienvenidos los hombres(físicos), bienvenidas las mujeres(físicas)”. Por todo lo demás creo profundamente, y es una verdad incuestionable, en la diferenciación/separación/complemento de los arquetipos femenino y masculino.
Lo femenino y lo masculino, como conceptos, trascienden los límites biológicos. Corresponden más bien a construcciones espirituales y filosóficas. Un hombre con pene no será siempre masculino y nada más que masculino, también los hay con un alto grado de femineidad. A una mujer con vagina le pasa lo mismo. La eterna dualidad de los cuerpos-alma, el día y la noche, el sol y la luna, lo eterno femenino y lo eterno masculino, Dios y la diosa. Pero esto es otro tema. Yo estaba hablando de órganos sexuales. Me gustan, pues, los seres humanos masculinos y con pene.
En cuanto al lenguaje, esperaremos que se separe del griego orthós para que tenga una doxa múltiple e incluyente. Que no sea derecho sino que tenga ramas, que no diferencie a los seres humanos, pero que si lo haga, desde lo biológico. Que sea capaz de hablar de mujeres y de hombres y que me permita encontrar un pene al cual hacerle un encomio sin caer en impropiedades lexicales o en imprecisiones semánticas. O mejor aún, si pudo una Eva salir de una costilla, podrá otra Eva desprenderse de la palabra macho, de la palabra varón, incluso de la palabra hombre. Para que no haya más represiones y yo le pueda hablar a los hombres sin recurrir a sus penes.