lunes, 5 de octubre de 2009

Árboles en un bar

Hace muchos años batía sus manos como si fueran alas de mariposa. Siempre creyó que el viento lo llevaría muy lejos; a donde la luna, quizás, no lograra rasparle las rodillas como tantas veces. De pequeño, su madre le compró un sombrero tejido de mar y lo nombró almirante. Lo acompañaba al puerto que era el entrepiso de alguna sala de la casa y allí lo despedía entre besos y abrazos y lágrimas que sabía fingir, pero se parecían en mucho a ese diluviar nocturno de sus ojos. El padre nunca estaba, o tal vez no era su padre, como llegó a pensarlo un día. El único abrazo que recibió de aquella figura larga como sombra de árbol fue una premonición de algo que, sospechaba, no entendería nunca.
-Adiós, mi pequeño Tristán -dijo el hombre.
"Tristán, ése será mi nombre desde ahora" y se subió a su barcaza de cartón en la que recorrió todos los mares que había cosido su madre en las cortinas.


-¿Tristán me dice que se llama?
-Sí, Tristán.
-¿Qué clase de nombre es ese?
-Uno que me regaló mi padre.
-¿Puedo invitarlo a un whisky?
-No. Me produce jaquecas.
-¿Tiene usted esposa?
-No sé.
-Entiendo eso. Se mete uno en tantas camas sin sospechar que ellas se escabuyen entre el sueño y vierten gotitas de Esposadera en tus zapatos. Puedes entrar y salir del lugar con los ojos vendados que los zapatos siempre encontrarán el camino a sus cuartos. Se me gastaron las suelas de tres pares en sólo dos meses; por eso ahora ando descalzo; al comienzo salen ampollas pero luego se endurece el cuero. Mejor eso que tener detrás a una fanaticada de mujeres clamándote su marido.

Tristán torció la boca y se disculpó para ir al baño. Era el bar número setenta y cinco que visitaba. "¿Y si nunca lo encuentras?", se preguntó a sí mismo mirándose al espejo. Luego se alejó de tal manera que pudiera ver su cuerpo casi completo y batió sus brazos. Imaginó que volaba a través del mar y fue así como llegó a todos los pueblos, según le contaba a los niños que le preguntaban curiosos por su procedencia. "Vine volando con mis alas de mariposa. Si uno se lo propone el viento es un fiel compañero de viaje".

Con los años se convirtió en una leyenda. A donde iba, la gente lo reconocía como el hombre de las alas de mariposa. Viajaba disfrazado para que nadie se desengañara al ver que sus alas eran falsas y cuando entraba a un bar llegaba batiendo las manos con fuerza y respiraba profundo, como si el vuelo le hubiese agotado el aire.

Cuando llegó al bar número seis mil tenía las piernas demasiado cansadas. Se paró en el descanso de la puerta y alzó la mirada para leer nuevamente: "El alcatraz". Entró al lugar y no se dio cuenta del temblor de sus manos hasta que sacó el encendedor del bolsillo. En ese momento hubiera deseado ser ciego, pero no había llegado hasta allí para cerrar los ojos. Encendió el cigarrillo y dirigió su mirada a la barra. Allí estaba, en compañía de su amigo inseparable. Sintió cómo se le desvanecían las alas; casi alcanzó a escuchar las voces de los niños: "ya no vuelas, ya no vuelas, ahora no eres más que un tonto".

Los dos ancianos de la barra se movían muy lentamente. Sus cuerpos toscos le recordaron la corteza de un árbol. ¿Cuánto tiempo habrían estado allí? El suficiente para adherirse a la silla. Los observó largo rato. La madera de sus ropas no era diferente a la de sus pieles. Eran largos; pensó en los enormes arbustos que visitaba cuando era una mariposa. Pero alguien había olvidado regar a los dos ancianos; sus raíces ya no bebían más que licor. ¿Cuál sería su padre? Trató de reconocerlo pero ambos tenían el mismo gesto. Se movían a un mismo tiempo como si fueran uno solo.

Uno era su padre, el otro era su Sombra. Decidido se acercó y preguntó con voz quebrada.
-Estoy buscando a Pedro H.
El alcatraz se quedó en silencio. Era la primera vez que alguien llegaba allí a buscar a Pedro H.
-¿Quién lo busca? -preguntó la Sombra.
-Su hijo, Tristán.
Una lágrima bajó por la mejilla izquierda de Pedro H. Tristán lo reconoció. Lo abrazó largamente.
-Perdió la visión y le arrancaron la lengua hace algunos años -dijo la Sombra.
Tristán palideció al instante, ya no tuvo deseos de reclamarle por su abandono.
-Murió mamá -fue lo que dijo. Hace muchos años ya.
-...
-He viajado por todo el mundo buscándote, siguiendo tu rastro de bar en bar. Eso fue lo que ella me dijo, que te habías ido porque preferías el licor a sus besos.

La Sombra estiró un pañuelo y secó las lágrimas de Pedro H. Un rayo rojo intenso se deslizó desde el cielo y vino a dar en la cabeza del hombre, derramándose por la nariz. Nadie dijo nada. Hace mucho que esperaban la muerte de Pedro H. Seguramente un astuto leñador sabría vender su cuerpo en pequeñas astillas de leña. Algún fogón lo agradecería con una buena cena.
Tristán ocupó la silla de su padre y pidió un trago como el que estaba tomando la Sombra.
"Bienvenido a casa", le dijo y Tristan alzó sus ramas para estirarse un poco. "Ojalá sólo vengan pájaros cantores" y vació la copa en su boca.